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Ser sincero no es una virtud… Es una falta de respeto y una agresión.

Frecuentemente nos sentimos con el derecho de criticar y de juzgar a los demás, y decirles lo que nosotros pensamos de ellos o de alguna cosa que ellos hacen.  Nos creemos muy sinceros, y nos sentimos orgullosos por eso.

Ser sincero no es una virtud.  Es una falta de respeto y es una agresión, derivada de mi ignorancia.

Me vendieron la idea de que la sinceridad y la franqueza son cualidades en el ser humano.   Que siempre tengo que decir la verdad antes que nada, porque si no, soy un hipócrita y un falso.  Con esto me llegué a creer que tengo el derecho de decirle al otro lo que pienso de él, y además, hasta que es mi obligación.

¿Cuál verdad es la que creo estar diciendo?  Mi verdad no es la verdad.  Es sólo lo que yo pienso de algo.  Es mi interpretación personal.

El que yo piense algo no lo convierte en verdad.  Es sólo mi percepción y mi creencia acerca de algo o de alguien.  Pero el otro tiene una percepción y una creencia diferente también, y para él, esa es la verdad. 

Si a mí no me gusta lo que el otro hace, o cómo se comporta, el problema no es del otro.  Es mío porque no lo estoy aceptando tal cual es.  Esa es una limitación de mi mente derivada de mi falta de amor.

¿Realmente cuál es la verdad?

La verdad es que cada quien tiene derecho a tener sus propios gustos, ideas, comportamientos y actitudes, así a mí no me parezcan.  Nadie dijo que me tienen que gustar para poderlo aceptar y respetar.  Toda persona hace siempre lo mejor que sabe y lo mejor que puede, aunque se equivoque.

La verdad es que cada quien tiene derecho a tener una forma física determinada, ciertos gustos, una personalidad específica, un intelecto, etc., y estos son necesarios y correspondientes con su nivel de evolución.  Esto no es ni bueno ni malo.  Sólo es necesario y es correspondiente con él.

La verdad es que si a mí no me gusta algo del otro es porque no lo estoy viendo desde amor.  Lo estoy viendo desde la ignorancia de mi mente, que juzga y critica; que lucha por cambiarlo para que se adapte a mí.  

Si mi ego me dice que “yo sí sé” lo que es bueno y lo que es malo, lo que está bonito o feo, lo que está bien o mal, y me atrevo a juzgar a los demás desde mis creencias, estoy actuando desde mi ignorancia y no de mi sabiduría.

Si yo me atrevo a decirle a mi hermana que se ve muy mal con su nuevo corte de pelo, a mi esposo que sus comentarios son inadecuados, a mi comadre que es muy descuidada con su casa, o a mi hijo que se viste muy mal, eso es falta de respeto, y es agresivo.  El que a mí no me guste no quiere decir que esté feo; sólo que a mí no me gusta.  Es obvio que a ellos si les gusta, porque si no, no lo harían.   

Una persona que te dice “yo no tengo pelos en la lengua”.  Al pan le digo pan, y al vino le digo vino, con el tiempo se va quedando sola.  Su falta de respeto por los demás va haciendo que la gente se aleje de ella.  Nadie quiere estar cerca de una persona irrespetuosa y agresiva.

Aprender a guardarme mis comentarios y mantener silencio en lugar de decir lo que pienso cuando esto no es positivo, es una virtud muy amorosa. Si no tienes nada lindo que decir, no digas nada.  

Si en lugar de criticar y juzgar a los demás nos disponernos a servirlos incondicionalmente, agradeciendo y valorando lo que puedo aprender de ellos, habré dado otro paso hacia adelante en mi desarrollo espiritual.

Vigilar mi palabra debe ser uno de mis propósitos principales si quiero convertirme en un ser de amor.  A través de nuestro verbo es como más nos equivocamos.  Hablamos con mucha facilidad sin pensar lo que vamos a decir.

Mi palabra puede ser un arma muy destructiva, o puede ser una herramienta maravillosa.  Cómo la uso depende de mí.

Si lo que vas a decir va a dañar a alguien, no lo digas.  Es mucho más amoroso el silencio.  Que tu palabra traiga siempre un mensaje de amor, de mejoramiento, de apoyo para quien lo recibe.

Sólo di lo bueno que veas en los demás.  Decir lo  malo no es necesario, y tampoco es de amor.  Sólo te aleja de las personas que quieres.

Vigila tu palabra.  Que cuando digas algo sea para resaltar las virtudes de los demás.  Que sea para dar una palabra de esperanza a alguien.  

Mantente en silencio cuando sea adecuado, pero ilumina tu entorno cuando decidas hablar.